Érase una vez un encantador pueblecito blanco, pequeño, luminoso, tranquilo, como sacado del más maravilloso de los cuentos y dibujado a través de una multitud de estrechas callejuelas en las que perderse, soñar y dejarse llevar. Esta localidad que parece sacada de una postal se encuentra a tan sólo 10 kilómetros de Mahón, en la costa sureste de Menorca. Su nombre: Binibeca Vell.
Orígenes y evolución
Binibeca Vell es uno de los pueblos más ‘jóvenes’ de España. Construido entre finales de los años 60 y principios de los 70 para recrear (con clara finalidad turística) un tradicional puerto de pescadores menorquín, esta localidad se ha convertido en uno de los ‘must’ si te dejas caer por esta isla balear. Completamente restaurado y cuidado hasta el mínimo detalle, apenas está formado por 165 viviendas que representan fielmente la esencia de un pueblecito costero mediterráneo, acumulando muchas similitudes con las hermosas referencias que pueblan las islas griegas.
El modo ‘paseo’ es el que mejor puedes ajustar en tu navegador personal al llegar allí. Camina por sus calles en un estado relajado, sin prisa, casi guardando un silencio místico, evocador, ya que Binibeca Vell es un pequeño y fabuloso laberinto cuyas calles desembocan en el apacible y siempre acogedor Mar Mediterráneo.
Pero a pesar de su belleza, este poblado también tiene sus detractores, ya que consideran que la visita puede ser engañosa porque el turista no está visitando un pueblo de verdad, sino algo que en algunas ocasiones puede parecerse a un parque temático o incluso a un decorado de película.
Blancas pinceladas sobre Binibeca
Además de sorprenderte con cada uno de sus rincones y con la estructura arquitectónica de la villa, donde sus casas parecen ensamblarse unas con otras en perfecta armonía, no hay que dejar de visitar su pequeña y coqueta iglesia, su plaza mayor y el paseo marítimo: las tres primeras construcciones que vieron la luz en Binibeca Vell.
El diminuto embarcadero en donde desemboca el paseo es también de ensueño, ya que es allí donde las barcas se dejan mecer por el vaivén de las olas. Presta atención a sus balcones de madera, a sus puertas de mil y una formas, al empedrado de sus suelos y al blanco de sus tejados.
Como curiosidad, busca Casa Candi entre todas sus viviendas, ya que ésta fue la primera que se levantó; pero hazlo con calma, respetando el descanso de la gente que allí reside (la mayoría, habitantes temporales), como así rezan algunos carteles en sus paredes. Pero sobre todo, degusta en modo ‘slow’ la esencia rústica y marinera que hace de este enclave uno de esos pueblos de Menorca de los que no querrás irte jamás.
Lo que no es imprescindible es que visites Binibeca durante el mes de agosto, sino todo lo contrario; intenta evitar acercarte durante esos días de canícula ya que parte del pueblo perderá su encanto por la cantidad de turistas con los que te encontrarás.
Alrededores del poblado
Si tus pasos te han llevado hasta Menorca para estar en contacto con el mar no podrás dejar de bañarte en sus playas, cercanas como las calas de San Luis (Turqueta, Mitjana o Macarrella). Además de a la propia playa de Binibeca -de fina arena, aguas cristalinas y con un bello pinar que la rodea- también podrás acudir a los arenales de Biniancolla, Binisafuller, Biniparratx, Binidalí o Punta Prima (frente a la Isla del Aire).
Pero si lo tuyo es más la historia (o más bien dicho, la prehistoria) podrás visitar el poblado Talayótico de Trepucó o el de Talatí de Dalt (a sólo 6 y 8 kilómetros, respectivamente), el Fuerte de Marlborough (a 7 km) o la propia capital de Menorca, Mahón (a unos 10 kilómetros de distancia).
Y por último, y para brindar por todos esos pueblos de postal tanto menorquines como mallorquines, acércate por la Cova d’en Xoroi, una gruta natural ubicada en un escarpado acantilado convertida en un impresionante bar de copas. ¡Merece la pena hacerlo cuando cae el sol en la isla!
Sólo nos queda hacerte una recomendación más, seas o no amante de la fotografía: que no se te olvide la cámara de fotos en el hotel y/o cargar el móvil hasta los topes para poder retratar a placer el sueño blanco de Menorca: Binibeca Vell.